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Así que, definitivamente, pensaba que todo, absolutamente todo lo que existe, no es más que la misma energía, que, al vibrar en distintas escalas, se manifiesta de diferentes formas. Me viene ahora a la mente una frase del genial científico Nikola Tesla: «Si lo que quieres es encontrar los secretos del universo, piensa en términos de energía, frecuencia y vibración».

Resumiendo (sigo con las pantuflas puestas), tenía el convencimiento de que lo que me ocurrió frente al océano fue que mi energía vibró en aquellos momentos en la misma frecuencia que la del agua y por eso llegué a fusionarme con ella. Mental y energéticamente, fui agua. Así de complicado y, a la vez, así de simple.

Recuerdo que cuando acabé mis reflexiones sentí un enorme alivio, pues pensé que había descubierto algo así como la piedra filosofal. Y me quedé mirando el fuego… Siempre me ha fascinado contemplar las figuras caprichosas de las llamas. Igual que puedo pasarme horas frente al mar, puedo pasarme horas frente a una chimenea. Rememoré algunos viajes con amigos y amigas y estancias en casas con chimenea o acampadas al aire libre con hogueras nocturnas, y cómo teníamos que echar a suertes quién se encargaba de encenderla porque todos queríamos hacerlo. ¿Nos vendrá esa fascinación de nuestros recuerdos ancestrales de las fogatas en las cavernas?

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