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El caso es que me quedé mirando fijamente las llamas, aunque no había dejado de mirarlas durante toda mi disquisición «pantuflo-enciclopédica», y pensé: «Pues igual que lo he conseguido con el agua, puedo intentarlo con el fuego».

Y me puse a ello. Fijé mi vista en los troncos ardiendo e intenté sentirme llama… Sentirme llama… Soy la llama…

Cuando desperté, estaba amaneciendo y en la chimenea solo quedaban rescoldos. No recordaba haberme sentido fuego, ni llama, ni flama, ni lumbre, ni brasa… vamos, que ni siquiera cerilla. En ese momento lo único que sentía era un dolor enorme en las cervicales, por lo que deduje que me había fusionado con algún contorsionista.

Pero no vayan a pensar ustedes que por ello me desanimé. De eso nada. Tenía la seguridad de que el análisis de mi experiencia con el agua estaba bien planteado y aclaraba, de momento, todas mis interrogantes. Así que pensé que tendría que practicar más veces o que quizás no había dado resultado por el cansancio, pero mi disposición a seguir investigando y avanzando por aquel camino era total.

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