Читать книгу Más allá de las caracolas онлайн
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Sin embargo, si se había percatado de lo que yo sentía, ¿qué pretendía? ¿Estaba jugando conmigo? Repasé nuestros escasos pero intensos encuentros. En algunos momentos había tenido la sensación de que ella también sentía algo especial por mí. En otros había notado cierta ternura en sus gestos. Ya no sabía qué pensar y mi estómago me envío el mensaje de que no había probado bocado desde el desayuno.
Me levanté y me preparé unas tostadas con queso que engullí sin muchas ganas. A continuación me acurruqué de nuevo en el sofá mientras Tao y Greta dormían plácidamente encima de sus camitas, dos cestas de paja con dos grandes cojines, cerca de la chimenea. De repente me invadió una tristeza enorme y mi «conflicto interno», que no era más que el miedo que me producía enfrentarme a mis sentimientos, salió como un torrente de mis ojos. No sé cuánto tiempo estuve llorando, pero creo que en aquel momento, igual que Fausto, hubiese entregado mi alma a Mefistófeles por tener veinte o treinta años menos. En mi enajenación, pensaba que tener cincuenta o cuarenta años, en lugar de los 65 que tenía, era lo que necesitaba para terminar con aquella lucha que me quemaba por dentro.