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También pasaron por mi vida, como supongo que por las de todos ustedes, personas que me amaron y a las que no amé y personas a las que amé y no me amaron. Quizás a veces estuve donde jamás debería haber estado y a veces hice cosas que jamás debería haber hecho, pero jamás mentí, engañé ni utilicé a nadie. Por eso me dolió tanto mi último desengaño y me prometí solemnemente que jamás volvería a exponerme a que me hiciesen daño. La única forma de evitar ese peligro, como es natural, era cerrarme a cualquier indicio de atracción, que era tanto como cerrarme a una parte de la vida. Pero lo hice. Como ya he relatado, me centré en mi trabajo y en divertirme con mis amistades y levanté una barrera emocional que me volvió insensible a cualquier atisbo de escarceo o coqueteo amoroso. A mi manera, conseguí ser feliz o, al menos, alcanzar la paz y la serenidad interior. Si a esta actitud añadimos los años que se me iban acumulando, conseguí borrar de mis prioridades vitales la necesidad de tener una pareja. Y ya lo dice el budismo: la felicidad es la ausencia de deseo.

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