Читать книгу Envolturas онлайн

38 страница из 44

“-Es para mi hija la del praticante“- dijo con un hilillo de voz la madre de Venancia, agachando de nuevo la cabeza y metiéndola casi entera dentro de su enjuto cuerpo enlutado. Siguió enseguida, teje que te teje, con la colcha de lana que caía hasta el suelo y se perdía bajo el umbral de la puerta; cruzaba luego la mortecina oscuridad de la sala grande y continuaba por el pasillo, se metía en el dormitorio de las niñas y allí se amontonaba echa un gurruño casi hasta el techo.

Venancia se inclinó sobre su madre llorando con los ojos secos y le dio un beso húmedo en la frente.

—“Es para mi hija la del praticante”- dijo su madre, pero ya nadie la escuchaba, pues hacía rato que los endomingados habían traspuesto por el recodo del camino.

La vereda aun guardaba la memoria de las huellas de ida, sobre todo las pisadas del burro, que en las zonas barrizas habían formado herraduras de agua. Ahora, ya de vuelta, la que dejaba una profunda huella en el barro era la pierna tullida de Venancia, que se arrastraba como si llevara una carga pesada e invisible sobre sus hombros. Otra. Leandro temió que en un mal paso se le tragara la tierra, así es que la animó a que se montara en el burro. Este se derrengó por un momento cuando Venancia dejó caer su peso muerto sobre el viejo animal que, tras un pataleo indeciso y un pedo enorme, se enderezó y comenzó a andar resignado.

Правообладателям