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—“ Buha, qué asco…que se calle…tá to lleno de babas y pellejos…rata paría..¡ Qué se calle!- dijo mi hermano mayor.

Mi hermano pequeño, que se mantenía apartado, me tiró una piedra, con tan buena puntería que le acertó a nuestro hermano mayor en un ojo y le dejó tuerto veintisiete años. Mientras uno gritaba con entusiasmo al pequeño le entró una congoja que daba lástima y entre balbuceos le dijo al hermano mayor: “¡No me mires así, casio sin querer!”. El otro sujetaba con una mano el ojo derecho que colgaba desahuciado de su cuenca.

El marido de mi madre, al oír la escandalera, vino a ver qué pasaba y probablemente a estrangularme, pues traía entre las manos, sujetándolo de aquella manera, mi cordón umbilical, pero apareció de repente un señor muy enfadado con una escopeta en la mano diciendo algo de su hija y del padre de mis hermanos.

A pesar del alboroto podía oír los ronquidos que procedían del cuarto de baño donde, tirada en el suelo sobre un batiburrillo de sangre y otros líquidos sin nombre, mi madre dormía a pierna suelta. Se despertó en el hospital totalmente viuda. Yo estaba acostadito a su lado, en mi cunita, todo limpio y rosado, mirándola con ojos amorosos. Ella también intentó mirarme, con una fingida ternura, con un puñal en el pecho, bizca y con un tic nervioso en sus ojos a causa del esfuerzo. Me partía el corazón verla así y quise animarla. Le dije “engué”, y ella rompió a llorar con tan sincera amargura que la habitación se quedó para siempre desamparada e inútil; para olvidar su existencia hubo que tapiar la puerta y también la ventana por la que se arrojó mi madre que, destrozada sobre la acera, aún tuvo tiempo de llevarse el índice a los labios para mandarme callar. Me propuse desde entonces mantener mi boca en silencio, no tanto por respetar la última voluntad de mi madre, sino porque había comprobado que los aires de mi voz penetraban en la médula de la reflexión de todos aquellos que la oían, derribando los contravientos más sólidos y egocéntricos, revolviendo las entendederas con argumentos irrebatibles y dolorosos.

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