Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн
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Abrió los brazos y sacó el pecho al frente. Aspiró profundamente el aire puro de la mañana y observó los cerros llenos de casas. Recordó entonces el día en que llegó al puerto. Esa, su primera noche, la que tuvo que pasar junto a un grupo de ancianos pordioseros que habían adoptado como hogar el área de carga de la estación ferroviaria. Allí por lo menos tenían un techo y no se mojaban ni pasaban tanto frío. Compartió con ellos incluso su drama mañanero, cuando tempranamente llegaban los camiones y se aculataban para hacer sus primeras cargas y descargas a las bodegas. Cada uno de ellos debía despertar bruscamente y retirar de allí los sacos, mantas y frazadas, atiborradas de piojos, pulgas y garrapatas, ya que los perros también eran bienvenidos en ese hogar abierto.
Junto a ellos había pasado su primer y única noche: cansado, hambriento y con sueño. Sin embargo, había sido allí, donde recordando su hogar capitalino, había reflexionado y se había hecho una promesa a sí mismo: ¡Nunca viviría en la miseria! Su baja autoestima la convertiría en una gran actitud positiva, ahorraría dinero y no se abandonaría jamás a su suerte. Esa misma actitud le permitió, a la noche siguiente, estar durmiendo a lo menos en un hotelucho de mala muerte frente a la Echaurren. ¿Cuál había sido el vehículo para lograrlo? Sencillamente, lavando vajilla y trapeando el piso de una fuente de soda. Así pudo comer, beber y hacer muy buenas migas con la dueña, la cual además le asignó variados trabajos de carpintería en su cité.