Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн

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–¡No se preocupe, joven! –dijo la mujer–. Su actitud ha sido tan linda que merece que no le cobre el llamado.

Luego se irguió y acercó el rostro al de él, agregando en voz baja:

–Me alegro que aún quede gente romántica como usted.

–No exagere, doña Petronila, mire que a veces también soy muy frío.

La abuela negó con la cabeza.

–Mi intuición de vieja me dice que posees un gran corazón, hijo mío.

Calló un momento y arrugó la frente.

–¿Acaso un caballero deja esperando a una dama? ¡Vaya rápido! Que se le hace tarde.

–¡Como usted diga, mi señora! Me voy volando.

Y como si realmente hubiera sido así, subió tan de prisa las escalinatas, que no vio a Gobolino, que se encontraba echado cuan largo era, tomando el tibio sol que entraba a través del tragaluz. El gato, que se había mudado desde una casa de putas aledaña, dio un maullido estrepitoso, tanto que el muchacho pensó haberlo achicharrado. Volvió atrás, lo auscultó detenidamente y luego de comprobar que estaba ileso, le dio un beso en una oreja y siguió corriendo escalera arriba.

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