Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн

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Mientras la niña comentaba algunos pasajes de la cinta exhibida, él se incomodaba al no saber cómo abordarla. De pronto, en una forma casi brusca, la tomó de ambos brazos y la miró directamente a los ojos; ya nada se interponía entre ellos, ni siquiera la fría brisa de esa noche de otoño. Acercó los labios a los de ella y la besó con miedo, con nerviosismo y casi sin pasión. Luego rieron, se miraron y tomados de ambas manos se volvieron a besar, ahora sí, apasionadamente, dejando en el olvido toda la resistencia que había en ellos en un principio.

–¡Te amo, Ramiro! ¡Te amo! –musitó la joven.

–Calla, amor, no digas nada; no es necesario –dijo él.

Por primera vez se había estremecido ante una mujer. Lo sencillo y cándido de aquellos veintidós años lo habían cautivado de tal manera, que no se permitiría ni el más leve mal pensamiento con respecto a ella. Se le hacía tan necesaria, tan importante, que no quería soltarla ni apartarse un segundo de su lado.

Ella era la que más lo defendía en el colegio, sobre todo cuando el profesor de Inglés hacía, adrede, control sobre la última clase, sabiendo que él no había asistido a ella. O cuando la profesora de Orientación Religiosa lo expulsaba por quedarse, lisa y llanamente, dormido. Era su abogada personal, la gladiadora de grandes peleas, la que por él hubiera dado, si fuera preciso, la vida. Eran muchas las situaciones por las que tenía que agradecerle, pero ahora no era necesario decir nada, el silencio de aquella alegría contenida se encargaba de todo. Juntaron las manos y caminaron en dirección a la casa.

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