Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн
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La tranquilidad le duró hasta esa mañana del golpe. Preso de una furia y odio terribles en contra de aquellos que se reían de la ignorancia del pueblo, salió hecho un celaje hacia la plaza de la población San Judas Tadeo, prácticamente toreando a los milicos del Regimiento de Telecomunicaciones para que lo mataran.
–¡Mátenme, asesinos! ¡Fascistas y momios desgraciados! –gritaba a todo pulmón, exponiendo el pecho desnudo.
–¡Váyase de aquí, viejo e´ mierda! –le gritaba un tanquista metido en su cueva blindada.
–Ándate, comunista reculiao, si no querís que te parta la raja de un balazo –gritaba a voz en cuello otro pelado, parapetado detrás de un poste.
–¡Ruéguenle a Dios que los perdone, milicos de mierda! –continuaba gritando, mientras saltaba de un puesto a otro–. ¡Están matando al pueblo!
En esos precisos momentos se escuchó un estruendo que hizo que todos, militares y civiles, se tiraran al suelo buscando algún refugio. Las grandes piedras que en algún momento fueron traídas para adornar los futuros jardines de la plaza, sirvieron de protección. Sin embargo, él se mantuvo en pie, observando que algunos mocosos muy mal pertrechados, lanzaban bombas molotov al tanque y a los dos camiones militares. La bomba casera que había estallado junto a uno de los postes del alumbrado público, que todavía no se apagaban en aquella mañana que prometía un sol esplendoroso, los había envalentonado. Entonces vino la debacle, los cerca de treinta militares, apoyados por un furgón de Carabineros, comenzaron a disparar directamente a los alzados, mientras el tanque buscaba la mejor posición para arremeter contra la panadería, donde se hallaba la mayor cantidad de gente, muchos de ellos haciendo cola para comprar el esquivo pan, producto de la escasa harina, que provenía del poco trigo sembrado por los agricultores para crear el caos.