Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн

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Claro, porque don Esteban y la señora Fernanda eran dos duros extremos. Nunca se habían llevado bien, es más, en dos oportunidades estuvieron a punto de separarse, pero solo el gran amor hacia su hijo los había mantenido juntos. Las peleas eran diarias y las agresiones verbales también, sin embargo, todos sabían que en el fondo de sus corazones existía un gran amor, augurando que cuando muriera uno de ellos, el otro lo echaría mucho de menos, pero en vida, tan solo se dedicaban a amargarse mutuamente. En parte, esto influiría en algunas de las malas decisiones de su hijo. Las trancas mentales arrastradas desde la adolescencia, le jugaban ingratos momentos en su vida amorosa, pues para muchos era inmaduro y falto de amor; tendría que aprender demasiadas cosas en la vida para llegar a ser un hombre. Sus padres se lo recriminaban, pero ello tampoco les sirvió para hacer su propio examen introspectivo, si de verdad eran o no culpables de que su hijo tuviera estos problemas.

El viejo Esteban siempre había simpatizado con la izquierda. Alegaba, pataleaba, echaba pericos contra medio mundo, pero nunca participó en actividades políticas, ni siquiera estaba inscrito en los registros electorales y para los períodos eleccionarios solo se limitaba a presionar a su esposa para que emitiera el voto de acuerdo a la preferencia que él estimaba conveniente. De todas maneras, según su propio entender, los momios y los gorilas sediciosos habían sido los únicos causantes de la gran catástrofe nacional. Y base para ello no le faltaba; cuántas veces había visto a los Bozzo esconder camionadas de insumos perecibles para crear el desabastecimiento en la población y, luego, culpar al gobierno. Ni siquiera a él, que era su capataz leal y celoso, le habían querido vender, y menos regalar, un kilo de azúcar o un litro de aceite. Para ellos se trataba de un comunista más, el cual, como se lo habían hecho notar muchas veces, podía quejarse ante su presidente. Solo algunos palogruesos de la Villa El Dorado o de la Kennedy tenían acceso a estos productos. La mente de Ramiro todavía guardaba los detalles de la última conversación que su padre había mantenido con la señora del patrón.

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