Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн
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A media tarde, almorzado y relajado, bajó las escalinatas y salió al callejón lleno de talleres mecánicos y tornerías. Los burdeles que durante la noche agitaban el ambiente, a esa hora permanecían ausentes del ajetreo; caminó hasta el emporio de la esquina y solicitó el teléfono, marcó un número y esperó fumándose un pucho. Ese día no se había bañado ni afeitado, la boca le olía feo, pero era su fin de semana y, pese a no ser un adefesio, no tenía a quien parecerle bien, ni tampoco le inquietaban los comentarios de la gente que hablaba despectivamente de su “mal vestir”. En un instante se enderezó y la cara se le llenó de gozo.
–¿Lorena? Hola, qué tal... ¿cómo estás?
Esperó unos segundos y continuó:
–¿Te parece si hoy nos juntamos para ir al cine? No, no. Cómo se te ocurre. Con todo gusto te llevaré.
Se volvió a mirar a través de la ancha entrada.
–¿A las siete? Okey –confirmó–. Te sugiero que bajes abrigada, está un poco helada la tarde.
La anciana dueña del emporio, que escuchaba atenta la conversación, bajó el rostro y lo observó por sobre los lentes. El muchacho colgó, se acercó al mostrador de madera, sucio y descolorido, y sus dedos se alargaron con una moneda.