Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн

7 страница из 138

Ahora, después de cuatro años, era empleado de una empresa naviera en formación. El sueldo le alcanzaba, además de ayudar a su madre, para la renta del departamento, pagar los estudios y los gastos propios de comer, vestirse y pasarlo bien. Aunque algunas veces lo invitaban sus contados amigos, él siempre devolvía la mano de la mejor manera. Cuando se trataba de sus amigas del ambiente, les demostraba su agradecimiento defendiéndolas en aquellas oportunidades en que la situación lo ameritaba, lo que le significaba en repetidas ocasiones trenzarse a golpes con algunos sobrepasados, especialmente con los cosacos, a quienes además no les caía muy bien, por su posición en favor de los managuas.

Solo la sirena de un carro de bomberos que se dirigía hacia la parte alta del cerro, lo sacó de sus pensamientos; volvió atrás, observó el desorden en el que vivía y no tuvo más remedio que pensar en hacer un poco de aseo. De todas maneras, eso era lo común, ya que bastaba con limpiar una vez a la semana para que el departamento se mantuviera presentable. Antes de empezar, el estómago le recordó que debía prepararse el almuerzo. Esquivó unos muebles viejos y llegó hasta la cocina, dispuesta en un rincón y separada por un biombo de coligüe. Después de buscar los ingredientes necesarios para la preparación de una apetitosa cazuela de vacuno, cortó el pedazo de costilla en trozos pequeños y agregó un par de huesos redondos con médula y media porción de tapapecho. Tapó la olla y los echó a cocer. Peló cuatro papas, un pedazo no muy grande de zapallo y una zanahoria, los juntó en una fuente con agua y agregó un diente de ajo y media cebolla. Tres cuartos de hora después la carne estaba casi lista, agregó los demás ingredientes y dejó preparada media taza de arroz para cuando faltaran unos diez minutos de cocción. Entre el aseo y la cazuela, pasó volando la mañana.

Правообладателям