Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн

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–A ver, a ver –canturreó Ramiro, dirigiéndose a la cocina en donde abrió el mueble donde se guardaba la vajilla–. Cuando te pida un café, significa una taza de estas. Cuando sea un cafecito, es en una de estas otras. En cuanto al gusto, me gusta el café como debe ser, es decir, cargado y dulce. Eso significa, una cucharadita rebosante de café y tres de azúcar, ¿estamos?

La chica asintió.

–Solo cambia el tamaño de la cuchara –concluyó él.

–Gracias, don Ramiro. Poco a poco me iré poniendo a tono.

–Lo importante es que preguntes ante cualquier duda. No te quedes sin hacerlo –le recomendó–, pues ello podría significar cometer errores.

–Pierda cuidado, señor. Lo que más quiero es aprender, para poder atenderlos como ustedes se lo merecen.

Ramiro disfrutó el café hojeando el almanaque del navegante y dando ocasionales miradas a la joven que, sentada en el comedor, parecía muy metida en la lectura. Era una especie de guerrera. Sus ojos tornasolados, sin color definido, emitían permanentes haces de luz brillante, y el pelo, que de tarde en tarde se le venía a los ojos, aunque desmarañado, parecía limpio y acondicionado. El cuerpo delgado, casi anoréxico, andaba bien en relación con la altura. No obstante, un mejor cuidado y, sobre todo, una buena alimentación, producirían un mejor equilibrio. Cierto que no era un monumento de mujer, pero con algunos arreglos..., se dijo, podría inspirar mucho más que cariño. Tomó aliento y se incorporó. Al instante Ana María reaccionó dejando la lectura de lado.

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