Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн

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Él, entre dolido y sorprendido, se engrifó.

–¡Eso no es verdad! ¡No es tan así como dices!

–¿No es verdad? –preguntó burlona–. Entonces explícamelo mejor, pues eres tú mismo el que predica eso. Lo que pasa es que ni tú mismo estás convencido de ello, pero tu contumacia no te permite ver tus propios errores.

Él sonrió con descaro:

¡Aaah! ¡Ya! Ahora yo soy el culpable de todo lo que ha pasado.

–¡No! No, Ramiro. Yo también soy responsable de cada cosa que nos pase –dijo en tono conciliatorio–. Pero eso no significa que tu actuar no haya influido negativamente en algunas acciones.

Un golpe en la puerta los hizo darse cuenta de la presencia de Ana María.

–¡Buenas noches, señora Lorena! –saludó, como quien interfiere en algo privado.

–Buenas noches, Ana María –contestó Lorena cortésmente–. Perdone que no la haya saludado antes.

–No se preocupe, señora. ¿Desean cenar ya?

–¿Cenar? –preguntó Lorena, mirando con cierta estupefacción a su marido. Este le guiñó un ojo y salió al paso.

–Lo que pasa es que Ana María quiere que probemos su mano.

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