Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн

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De verdad que, para los Lira Azócar, había sido un tanto incómodo acompañar a su amigo en esta excursión. A última hora supieron que Lorena no viajaría, pero pese a ello decidieron ir igual, creyendo que a lo menos verían al niño. Les costó no preocuparse, sobre todo Verónica, que era muy amiga de Lorena y que siempre andaba criticando el proceder de Ramiro. Sin embargo, este los trató de tranquilizar al explicarles que Ana María dormiría en la carpa, sola, y que él se instalaría en el auto, situación a la que ya estaba acostumbrado, pues, muchas veces, cuando viajaban con Lorena, se estacionaba en alguna bencinera y se acomodaban a dormir; lo consideraba parte de la aventura.

El asado había quedado rico y jugoso, habiendo ayudado a ello la buena mano de los cocineros. Después de degustar el almuerzo, cada uno buscó el lugar más idóneo para reposar o dormir un poco. La tarde, caprichosamente, estaba a todo sol, las nubes se habían retirado y el aire fresco cordillerano permitía que los pulmones se llenaran de pureza y dejaran escapar toda aquella contaminación de la ciudad y de los vicios típicos como el cigarro y el trago. Mientras sus amigos roncaban dentro de la carpa, Ramiro decidió internarse a través de la espesa vegetación, no sin antes observar que Ana María, quien continuaba con la limpieza de los utensilios, lo miraba de soslayo cada vez que podía. Se acercó a ella y le habló en voz baja.

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