Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн

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–No te preocupes tanto por el aseo, recuerda que viniste a compartir y disfrutar, no a trabajar. Haz cuenta que este es tu día libre.

–Gracias, don Ramiro, pero me siento incómoda no haciendo algo –se justificó la muchacha–. Además, me preocupa lo que piensen sus amigos de mí. La señora Verónica, cada vez que puede, me mira con una cara bastante rara y me da vergüenza.

–No tienes por qué preocuparte. Tú viniste porque yo te invité y, si lo hice, no fue precisamente para que me vengas a servir, por lo tanto, deja eso de lado y acompáñame a recorrer el parque.

La muchacha miró hacia la carpa de Verónica y, dubitativa, volvió el rostro hacia él, quien le hizo un gesto, dando a entender que no se preocupara por sus amigos y con la mano la instó a apurarse. Se alejaron del campamento hasta que alcanzaron el pie del gran cerro. Allí jadeantes y cansados, se tiraron de espaldas sobre una roca. Aquel fue el momento propicio para que Ramiro le sonsacara jirones de su historia.

–Anita, ¿qué te han parecido estas dos semanas con nosotros?

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