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Me imagino la tristeza de mis padres al ser informados de mis 24 amonestaciones. Tanto, que llegaron a la conclusión de que yo, con mis 17 años, no estaba maduro para volver como interno al Colegio Adventista del Plata al año siguiente.

Antes de que terminara ese año lectivo, me pidieron que tuviera a mi cargo el tema en el culto vespertino. Y mi tema fue: “El amor de Dios”. Y ese sigue siendo mi tema favorito. Creo que el AMOR (con mayúsculas) es el deseo y la capacidad que Dios tiene de brindar felicidad, y que el amor (con minúsculas) es el primer fruto del Espíritu Santo, que nos da, también a nosotros, el deseo y la capacidad de brindar felicidad a quienes nos rodean.

Ese año, a papá lo trasladaron como pastor a la iglesia de Río Cuarto, provincia de Córdoba, lo que me permitió cursar el cuarto año en el Colegio Nacional de aquella ciudad.

Recuerdo con gratitud al excelente profesor de Química que tuvimos. Metales y metaloides, óxidos y anhídridos, y las fórmulas de las sales minerales. Tomé nota de todo lo que el profesor dictaba. ¡Qué útil me fue para el ingreso a Medicina dos años después!

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