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Mi hijo, Arnoldo Daniel Tabuenca, “Cuqui”, durante tres veranos consecutivos fue estudiante colportor con su compañero Rubén Armando Ramos, “Bencho”. ¡Tres generaciones de alumnos colportores! ¡Cuánto se aprende en esta experiencia misionera! Quizá lo más importante que se aprende es que solos nada podemos hacer, pero es muy cierto lo que Jesús nos enseñó: “Y mirándolos Jesús, les dijo: Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible” (Mat. 19:26).

Como todo colportor, también tuve que aprender cortesía, humildad, oración y comunión con Dios. “En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor” (Rom. 12:11).

Mi territorio tenía como centro a Rafaela, pero trabajaba en el campo y abarcaba hasta Lehmann al norte, Nuevo Torino y Felicia al este, Bella Italia y Susana al sur.

Las ventas eran generalmente al contado, porque llevaba los libros en el cajón de la parte trasera de la bicicleta. A veces me sentaba en el pasto, al lado del camino, para descansar un poco y leía El camino a Cristo, mi libro preferido después de la Biblia.

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