Читать книгу Salvados para servir онлайн
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Cuando terminó el verano ¡había logrado la beca! ¡Había ganado el dinero necesario para estudiar mi último año de secundario en el Colegio Adventista del Plata!
La edad y la experiencia me habían enseñado a “portarme bien”. Además, Jenny y yo éramos novios “oficiales”. Una vez por mes, teníamos, con el aval de nuestros respectivos padres, lo que se llamaba “la salita”. En el Hogar de Niñas había una sala pequeña en la que podíamos sentarnos y conversar hasta por una hora, por supuesto bajo el frecuente control de la preceptora, que por alguna razón “de fuerza mayor” cada pocos minutos tenía que pasar a buscar o dejar alguna cosa importante en un armario que estaba allí. La preceptora era mi querida tía Sara Rode, soltera todavía.
Sara Rode se casó un tiempo después con el Pr. Carlos Treptow y tuvieron una preciosa hija, mi prima Mirta Erna, que es hoy la esposa del Pr. Raúl Rhiner.
¡Qué bendición fue terminar mi quinto año en el Colegio Adventista del Plata! Siempre recuerdo con inmensa gratitud a mi profesor José Uría. Primero, me enseñó a nadar “a la plancha” allá en el Salto de Lust. “Acuéstate de espaldas sobre mi mano”, me decía. “Deja caer tus brazos y tus piernas, aflójate. Ahora respira profundamente…” Hice todo lo que él me dijo y entonces dejó de sostenerme con toda su mano abierta, y me sostuvo con tres dedos… Luego con dos dedos… Después con un dedo… Y al final ¡me soltó! Y yo quedé flotando, haciendo “la plancha”.