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–Muy bien. Tiene un diez, pero díganos, ¿por qué usted no se presentó al examen en febrero? ¿Estuvo enfermo? ¿O no estaba preparado?

Entonces le contesté:

–Porque soy adventista del séptimo día y en obediencia al cuarto mandamiento de la Ley de Dios, y siguiendo el ejemplo de Cristo y los apóstoles, guardo el sábado. Como el examen de Botánica fue en sábado, no lo rendí.

Me sorprendió su respuesta:

–Aquí somos todos católicos, pero lo felicito, porque difícilmente uno de los nuestros se hubiera expuesto a perder un año de estudio por motivos de conciencia.

¡Gracias a Dios! ¡Cómo cumple él sus maravillosas promesas! De este modo lo cantaba David: “Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará” (Sal. 37:5). Así fue como ingresé en la carrera de Medicina en la Universidad Nacional de La Plata.

El primer año de mi carrera llegó a su fin. Papá me había advertido que quizás hasta allí podría ayudarme con los ochenta pesos por mes que entregaba a la familia Basanta. Yo tenía muy buen apetito, y una vez oí que don Ángel le decía a su esposa Emma, en broma por supuesto, y mirándome a mí: “A este es más barato hacerle un traje que darle de comer”. Hasta hoy recuerdo con gratitud la bondadosa hospitalidad de la familia Basanta.

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