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–Señora, dígale que no estoy -fue la orden de Lerange.

Le alcancé el teléfono a la secretaria, y ella contestó de acuerdo con el pedido del jefe. Después de esa experiencia, ya Lerange sabía que no podía contar conmigo para mentir. Así que, si sonaba el teléfono y él no quería atender, me decía:

–No atiendas.

Y dirigiéndose a mi compañera le decía:

–Señora, dígale que no estoy.

El reglamento para un empleado estudiante indicaba que debía trabajar seis horas por día. Por supuesto, yo tenía el sábado libre. En caso de tener que rendir examen, me daban libre el día anterior al examen y el día que rendía hasta terminar el examen.

Dios me estaba dando los recursos para seguir estudiando. Ya no necesitaba recibir dinero de mis padres. Ya no pagaba ochenta pesos por mes a los Basanta, ni a los Marcenaro, ni a los D´Argenio, todas familias de la iglesia de cuya hospitalidad disfruté sucesivamente. La iglesia de La Plata me consiguió alojamiento gratuito en la cocina ubicada detrás del salón de jóvenes.

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