Читать книгу Salvados para servir онлайн
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–Si hay conscriptos, hay examen. Si no hay conscriptos, ¡no hay examen!
Entonces le pregunté:
–Y… ¿No hay conscriptos?
Con toda firmeza me contestó:
–No hay conscriptos.
En aquellos años, el servicio militar era obligatorio en la República Argentina. Los muchachos que cumplían veinte años tenían que recibir instrucción militar y formaban parte del ejército durante un año. Esos eran los conscriptos.
Era evidente que la Facultad de Medicina de La Plata no iba a hacer ninguna concesión en cuanto a fechas de examen por razones religiosas. Así que lo de “alumno condicional” quedaba pendiente y ya no dependía de nada que yo pudiera hacer, aparte de orar. No obstante, Dios sí podía, y a último momento ¡llegó un conscripto! Un muchacho de Entre Ríos que había estado haciendo el servicio militar fue dado de alta del ejército, y como deseaba estudiar Medicina vino a La Plata. Más cerca le quedaba Rosario y también Buenos Aires, pero ¡vino a La Plata! Así que ¡hubo examen!
El rindió todas las materias, yo solo tuve que rendir Botánica. Recuerdo muy bien aquella mesa examinadora. Me hicieron preguntas y más preguntas, pero yo había tenido tiempo de sobra para estudiar. Al terminar, el jefe de la mesa examinadora me dijo: