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Este estrato estaba integrado mayormente por quienes, por tener algún tipo de impedimento físico, no podían trabajar: ciegos, sordomudos, paralíticos, leprosos. Esta gente, por lo general, tenía que mendigar. También pertenecían a esta categoría los que dependían de la caridad pública: las viudas, los huérfanos y quienes, además de no poder trabajar, no tenían a nadie que les proveyera el sustento.

Con este trasfondo, no sorprende leer que Lucas, en su relato, diga que se trataba de una viuda “muy pobre”, y que el término que use en griego signifique “uno que vive con lo indispensable, y que tiene que trabajar cada día a fin de tener algo que comer al día siguiente” (Comentario bíblico adventista, t. 5, p. 634). Su ofrenda, por lo tanto, tuvo que haber sido muy pequeña, y muy inferior a la de los ricos; estos, según Marcos, “echaban grandes cantidades” (Mar. 12:41, NVI).

Al reflexionar en este episodio, no puedo evitar sentir una amorosa reprensión de parte del Salvador por lo poco que estoy dando –de mi vida, de mi tiempo, de mis recursos– a su iglesia y a quienes tienen menos que yo. No puedo evitar pensar que, mientras esta pobre mujer dio como ofrenda “todo el sustento que tenía”, yo, en cambio, estoy dando de lo que me sobra.

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