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Los hijos de Israel se encontraban a salvo a orillas del Mar Rojo, después de que el ejército egipcio había sido literalmente destrozado gracias a la oportuna intervención de Dios. Guiados por Moisés, los israelitas prorrumpieron entonces en alabanza para agradecer por la gran liberación (ver Éxo. 15:1-18). El resultado fue un canto, el primero que registran las Escrituras, y que conocemos como el Canto de Moisés.

El Canto de Moisés se divide en dos partes. En la primera (vers. 1-12), el pueblo alaba a Dios por haberlo rescatado de las huestes egipcias. En la segunda (vers. 13-18), su nombre es exaltado por lo que hará por su pueblo una vez que posea Canaán. En la primera parte, justo en el versículo dos, Moisés y el pueblo exclaman: “El Señor es mi fuerza y mi cántico; él es mi salvación. Él es mi Dios, y lo alabaré; es el Dios de mi padre, y lo enalteceré” (Éxo. 15:1, 2, NVI).

¿Te fijaste? Moisés primero dice: “Él es mi Dios”. Luego añade: “Es el Dios de mi padre”. ¿No es esto maravilloso? ¡El Dios de su padre es también su Dios! Y ahora dime tú: ¿Puede haber una herencia más preciosa para legar a nuestros hijos que el conocimiento de Dios como su Padre, y de Cristo como su Salvador?

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