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“Aunque yo soy el Señor y el Maestro, no tienen que relacionarse conmigo como siervos que temen a su amo; pueden hacerlo como amigos que me aman ¡porque ustedes ya son muy amados!” ¿No es esto maravilloso?
Volvamos por un momento a la amistad entre el Señor y Abraham. ¿Cuál era uno de los rasgos más significativos de esa amistad? El mismo Señor lo mencionó en ocasión de su visita a Abraham, cuando se acercaba el momento de la destrucción de Sodoma: “¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer?” (Gén. 18:17).
¡Ahí está! Entre amigos no hay secretos. ¿Cómo podía el Señor destruir a Sodoma sin que Abraham, su amigo, lo supiera?
Amigos de Dios; eso somos tú y yo. Como prueba de esa amistad, él nos dio a conocer todo lo que oyó decir al Padre. Y, más importante aún, dio su vida por nosotros.
¿Qué más se puede pedir?
No sé qué viste en mí, bendito Jesús, para que decidieras ser mi mejor amigo. Mientras yo viva, haré honor a esa amistad, y cuando vengas a buscarme, será para mí el mayor de los honores alabar tu precioso nombre por toda la eternidad.