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Cuando el hijo errante volvió a casa, ¿cómo lo recibió el padre? Dice el relato que “cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y fue movido a misericordia, y corrió y se echó sobre su cuello y lo besó” (vers. 20).

¿Nos damos cuenta de lo que sucede en ese encuentro? El padre no pide explicaciones; ni tampoco hace recriminaciones. Abraza y besa al hijo que estaba perdido, sin siquiera esperar que primero pida perdón. Y luego celebra en familia a lo grande. Por lo menos esta vez, acertaron los fariseos: ¡Dios recibe a los pecadores! Hoy quiero dar gracias porque nos abraza, incluso antes de que le pidamos perdón; y porque celebra a lo grande cuando, arrepentidos, regresamos a casa. Sobre todo, alabo su nombre porque “él es bueno, [y] porque para siempre es su misericordia” (Sal. 107:1).

¿Verdad que no es difícil amar a quien tanto nos ha amado?

Gracias, Padre celestial, porque me aceptas sin recriminarme el mal que he hecho; y porque me amas, incluso antes de que te pida perdón. Quiero comenzar este nuevo día alabándote, y pidiéndote que me ayudes a vivir hoy de un modo que glorifique tu santo nombre.

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