Читать книгу Nuestro maravilloso Dios онлайн

134 страница из 175

La experiencia que vivió la pequeña Jessica fue documentada y conservada para la posteridad en periódicos y revistas, canciones, libros y películas. Pero son las cicatrices que quedaron en su cuerpo las que cuentan su historia. No puede ser de otra manera. ¿Qué mejor que una cicatriz para traer a nuestra memoria experiencias que preferimos no haber vivido? ¿Qué mejor que una cicatriz para recordarnos que, a pesar de la dolorosa experiencia que vivimos, todavía estamos vivos? Esto es precisamente lo que Jessica McClure dijo en una ocasión en la que se celebraba un aniversario de su milagroso rescate: “Estoy orgullosa de mis cicatrices. Ellas me dicen que sobreviví” (“Stories in the Scars”, Signs of the Times, enero de 2000, p. 32).

¿Hay cicatrices en tu cuerpo, en tu corazón? ¿Qué historias cuentan? ¿La historia de un accidente que casi te quita la vida? ¿Historias de sueños rotos? Sea lo que fuere, lo importante es que todavía vives. Y porque hoy vives, puedes agradecer a Dios, no solo por esas cicatrices, sino también por las de su amado Hijo; las que Jesús padeció para perdonarte y darte vida eterna. De esas heridas habla nuestro texto de hoy: “Mas él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados. Por darnos la paz, cayó sobre él el castigo, y por sus llagas fuimos nosotros curados” (Isa. 53:5).

Правообладателям