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Hace unos años, mientras revisaba las revistas que en el mostrador de una iglesia se colocan para regalar, vi una portada que me llamó la atención. Aparecía la foto de LeBron James, para entonces el mejor jugador de basquetbol del mundo, con el uniforme de Cleveland Cavaliers, su “nuevo” equipo. Se trataba de un artículo escrito por Martin Surridge, profesor de Inglés de Lynden, Washington (“When Betrayal Deserves Forgiveness”, Insight, enero 24, 2015, pp. 8-10.).

El argumento del artículo era sencillo, pero poderoso: ¿Por qué los fanáticos de Cleveland estaban dispuestos a perdonar a LeBron, siendo que no había nada que perdonar? En opinión del autor, LeBron James no traicionó a su equipo Cleveland Cavaliers cuando, siendo agente libre, optó jugar para Miami Heat. Es verdad, fue Cleveland quien originalmente lo contrató, y fue en el Estado de Ohio donde LeBron nació; sin embargo, ¿no tenía él todo el derecho de firmar con el equipo de su preferencia?

Después de cuatro años en Miami, tiempo durante el cual LeBron fue el factor decisivo para que Miami Heat ganara dos campeonatos de la NBA, la superestrella del basquetbol decidió regresar a Cleveland. Entonces aparecieron, por miles, las pancartas estampadas con el mensaje: “Te perdonamos, LeBron”.

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