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¿Qué estaban perdonando?, pregunta el profesor Surridge. ¡No había nada que perdonar!

Lo que dice el profesor Surridge tiene sentido. Si, por ejemplo, alguien me ha robado, mi perdón hacia el ladrón ha de producirse mientras el ladrón todavía está en posesión de mi dinero, no cuando me lo ha devuelto, ¡porque entonces cuán fácil me resultaría perdonar!

Leer el artículo de Surridge transportó mi mente a otras escenas de deslealtad, de traición y de perdón. Pensé en Pedro, en el patio del Templo, negando al Señor. En Judas, vendiéndolo por treinta monedas de plata. Recordé las palabras del apóstol Juan, al escribir de la misión que trajo al Hijo de Dios a nuestro mundo: “A lo suyo vino, pero los suyos no lo recibieron”. También recordé las escenas del Calvario...

¿Cuándo perdonó Jesús a sus detractores? Mientras sufría los intensos dolores de los clavos, y su sangre corría por sus sienes; mientras todavía se escuchaban los insultos, nuestro amado Salvador exclamó: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Luc. 23:34). Si esto no es perdón, ¿entonces qué es?

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