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Por lo que dice el susodicho poeta, en el citado libro primero de Tebas, que cuando Aceste, nodriza de Argia y de Deifilia, hijas del rey Adrasto, las llevó ante la vista de su santo padre en presencia de los dos peregrinos, es decir,
Polinicio y Tideo, las vírgenes palidecieron y se ruborizaron, y, huyendo sus ojos de toda ajena mirada, sólo al rostro paterno seguros se volvieron. ¡Oh, cuántas faltas refrena este pudor! ¡Cuántas cosas y demandas deshonestas acalla! ¡Cuántos deshonestos deseos refrena! ¡Cuántas malas tentaciones vence, no sólo en la persona púdica, sino también en quien la guarda! ¡Cuántas feas palabras detiene!; porque, como dice Tulio en el primero de Offici: «¡No hay ninguna acción fea que no sea feo el nombrarla!» Y luego el hombre honesto y púdico no habla nunca de modo que sus palabras no fuesen honestas en una mujer. ¡Ay y cuán mal está que un hombre que vaya buscando honra mencione cosas que en boca de toda mujer estarían mal!
La verecundia es miedo de deshonra por la falta cometida. Y de este miedo se origina un arrepentimiento por la falta, que tiene en sí una amargura, que es castigo para no faltar más, lo cual dice este mismo poeta en aquel mismo lugar que, cuando el rey Adrasto preguntó a Polinicio quién era, dudó mucho antes de responder, por vergüenza, de esta falta que contra su «padre había cometido, y aun por las culpas de Edipo, su padre, que parecían subsistir en vergüenza del hijo. Y no nombró a su padre, sino a sus antepasados, su tierra y su madre. Por donde ve que la vergüenza es necesaria en tal edad.