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—Puede que así sea, pero, así y todo, me domina el miedo —declaró el León—. En realidad, me sentiré muy desdichado si no me das el valor que le hace olvidar a uno que tiene miedo.

—Muy bien, mañana te daré esa clase de coraje —replicó Oz.

—¿Y mi corazón? —preguntó el Leñador.

—Bueno, en cuanto a eso, creo que te equivocas al querer tener corazón. Lo hace a uno muy desdichado. Te aseguro que eres afortunado al no tenerlo.

—Cada uno opina lo que quiere —replicó el Leñador—. Por mi parte, soportaré en silencio todas mis desdichas si me das un corazón.

—Muy bien —admitió Oz con humildad—. Ven a verme mañana y tendrás tu corazón. He desempeñado el papel de Mago tantos años que bien puedo seguir haciéndolo un poco más.

—Y ahora —intervino Dorothy—, ¿cómo regresaré yo a Kansas?

—Eso tendremos que pensarlo —contestó el hombrecillo—. Dame dos o tres días para estudiar el asunto y trataré de hallar el medio de llevarte por sobre el desierto. Ahora, todos ustedes serán mis huéspedes, y mientras vivan en el Palacio, mis súbditos los atenderán y satisfarán sus más íntimos deseos. Sólo una cosa les pido a cambio de mi ayuda: tendrán que guardar mi secreto y no decir a nadie que soy un farsante.

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