Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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―¡Oh no; no es posible! Si son docenas…, vienen todos. Son más de cien.

Jo se arregló maquinalmente, mientras daba instrucciones para hacer frente a aquel auténtico ejército.

―Por la lluvia no hay más remedio que recibirlos en casa. Lo van a poner todo perdido. Colocad un barreño aquí para los paraguas, poned felpudos en la puerta, retirad las alfombras…

Dando precisas y enérgicas órdenes a Rob, a Teddy y a las criadas, lo preparó como mejor pudo.

Al llegar los colegiales a la puerta, el profesor Bhaer les dio la bienvenida con un breve discurso, que los muchachos oyeron encantados sin importarles en absoluto la lluvia que seguía cayendo.

Jo se compadeció de ellos. Salió a recibirlos y les pidió que pasasen al salón, cosa que todos hicieron con entusiasmo.

El barreño del vestíbulo quedó lleno de paraguas empapados y el perchero saturado de sombreros.

Trap, trap, trap, trap… Pares y pares de botas enfangadas fueron pisando rítmicamente el parquet de la casa, dejando visibles sus huellas. Vestíbulo y salón quedaron como un campo de batalla.

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