Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

738 страница из 1361

La señora Kingsbury volvió a mirar a la mujer que ella había creído una criada.

―¡Claro! ¡Naturalmente que sí! ¡Qué agradable sorpresa!

Y cerrando el paso a la apurada Jo que trataba de escabullirse, la señora Kingsbury le soltó su rápida y ruidosa verborrea:

―Por favor, señora Bhaer. Comprendemos que está usted muy atareada. No se preocupe por nosotras. Así como va está usted muy bien. ¿Verdad, niñas? Permítanos estrechar su mano, por lo menos. Será un honor y un placer para nosotras.

Resignadamente, Jo les ofreció su mano.

―Si algún día va usted a Oshksh no tendrá ocasión de pisar su suelo. Porque el pueblo la llevará en hombros, en triunfo. Tal es la admiración que se le profesa.

Ante esta perspectiva, Jo anotó en su mente la decisión de no visitar aquella población ni por error. ¡Porque si todos los habitantes eran como la señora Kingsbury!…

Satisfechas ya por el contacto directo con la famosa escritora, madre e hijas prosiguieron su itinerario, corriendo y atropellándose para poder visitar aquella misma mañana a Holmes, Longfeller «y otras celebridades».

Правообладателям