Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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―Hemos venido desde Oshkosh, y desde luego no queremos marcharnos sin ver a nuestra querida tía Jo. Mis hijas han leído todos sus libros y están verdaderamente desesperadas por conocerla. Ya me doy cuenta de que es una hora intempestiva. Pero como debemos ir a ver a Holmes, a Longfeller y otras varias celebridades no podemos escoger. Dígale ahora mismo que no nos molestará esperar un poco, si aún está arreglándose. ¡Ah! Y dígale también que soy la señora Eratus Kingsbury Parmalee, de Oshkosh.

Teddy quedó sin entender la mitad de esta parrafada, dicha a toda velocidad y con aire de suficiencia. El muchacho quedó boquiabierto, mirando a las jovencitas. Al fin reaccionó.

―La señora Bhaer no está en casa. Si ustedes quieren pueden entretenerse mirando por ahí. Luego pueden pasar al jardín.

―¡Oh, gracias, gracias! ¡Qué sitio más encantador! Aquí es donde escribe, ¿verdad? Y éste debe ser su retrato, ¿no es cierto? Así me la imaginaba yo. ¡Qué serenidad, qué espíritu!

El retrato que alababan representaba a la honorable señora Norton. Se habían confundido porque estaba representada con la pluma en la mano, en actitud de escribir.

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