Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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Jo miró uno de los sobres. La letra grande y desigual y los renglones torcidos le hizo suponer acertadamente que la había escrito un niño. Ganada por la curiosidad, le dijo a Teddy:

―Ésa la contestaré yo mismo. Es de una niña enferma, que me pide un libro que desde luego le enviaré. Pero no puedo atender a todos. ¿Y ésa que tienes?

―Es una cartita corta y simpática ―contestó Rob, que se había unido a la tarea―. «Querida señora Bhaer: He leído todas sus obras varias veces. Son estupendas. No deje de escribir, por favor. Su admirador, Billy Babcock».

―Sí. Realmente es simpática. De este niño debieran aprender muchos mayores. Ha leído las obras varias veces y sólo entonces se atreve a expresar su opinión, sin pedir nada a cambio de la alabanza. Ya que no pide contestación, escríbele y le das las gracias por su atención.

Rob se echó a reír leyendo otra carta.

―Escucha, escucha ésa. Es de una señora de Inglaterra. Tiene siete hijas. Te pide le aconsejes a qué podría dedicarlas… ¡Y la mayor tiene solamente doce años!

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