Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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―Bueno, la contestaré también. Yo no tengo hijas, por lo cual mi consejo tal vez no sea el mejor. Pero a esa edad lo mejor que puede hacer es dejarlas correr y triscar. Que crezcan sanas y fuertes. Luego, tiempo habrá de pensar en su carrera.

―Aquí hay la de un individuo que pregunta si conoces alguna joven apropiada para él, que se parezca a las heroínas de tus novelas.

―Dale las señas de Nan ―sugirió «el león» en son de burla―. Sería interesante saber si era capaz de domarla.

―Esta otra es la de una señora que desea adoptes a su ―hijo y le envíes un par de años al extranjero para que estudie Bellas Artes.

―¡Ni pensarlo! Con vosotros dos tengo bastante.

Estos son unos ejemplos tan sólo. La correspondencia era abundantísima. Cada día en aumento. Cada día, también, más absurda. Esto justificaba sobradamente la decisión de Jo de prestarles la mínima atención posible. Era la única manera de defender su tiempo y defenderse ella misma.

―Bueno, ahora me pondré a trabajar, porque las continuaciones no pueden esperar más. Voy muy retrasada. No estaré para nadie. Sea quien fuere. Aunque se presentase la mismísima Reina Victoria.

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