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Una vez libre de aquellas inoportunas visitas, Teddy y Jo respiraron aliviados.

―No me has dejado tiempo para escabullirme. Estuve oyendo los embustes que has soltado al periodista. ¿Qué va a pensar de nosotros? Claro que insistía tanto… ¡Dios mío, ni en casa puedo estar ya tranquila! ¡Son tantos contra una sola!…

Mientras Jo se lamentaba, Teddy estaba mirando hacia el jardín. Súbitamente se animó y con cara de guasa se dirigió a su madre.

―Pues eso no fue nada. Ahora, ahora viene lo bueno. Por el jardín avanza un verdadero ejército. Parece un colegio de señoritas con sus profesores al frente. ¡Ya se desparraman por el jardín!

Jo se llevó las manos a la cabeza. Dio media vuelta y desapareció escaleras arriba.

―¡Por favor, Teddy, enfréntate a los invasores! ¡Defiende mi tranquilidad!

El muchacho salió al encuentro de aquellos ruidosos visitantes y pudo evitar que penetrasen en la casa a base de una excusa. Lo que no pudo conseguir es que se desparramaran por el jardín, se sentaran por el césped y se dispusieran a almorzar allí como si fuera un parque público. Cuando finalmente se fueron quedaron visibles muestras de su paso: por las flores que se llevaron «como recuerdo de la gran escritora» y por los papeles que dejaron, como muestra de su poco cuidado.

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