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Aunque se resistía a creer en un fatal desenlace, Jo estuvo a punto de desmayarse por la impresión recibida.

Luego, pareciéndole imposible que a Emil le pudiera suceder nada grave, se aferró a la esperanza a pesar de que cada día que pasaba eran menores las posibilidades favorables.

Las muestras de pesar que los Bhaer recibieron fueron tantas, tan sinceras y de tan variada índole, que les conmovieron profundamente. Les demostraban que habían sabido granjearse la estima de todas las personas del pueblo.

Pero, aunque procuraron soportar la pena con resignación, les costaba hacerse a la idea de la pérdida de Emil, el jovial y cantarín muchacho, ídolo de todas las chicas.

Especialmente Jossie llegó a estar casi enferma, obsesionada día y noche por la escena del naufragio. Una carta de la señorita Cameron, diciéndole que esa primera tragedia en su vida había de tomarla como una lección, la hizo reaccionar favorablemente.

Pasaron unas semanas. Plumfield seguía anonadado por aquella inesperada desgracia cuando llegó un telegrama, que ya nadie más que Jo esperaba:

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