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Emil y Franz lo celebraron y le felicitaron efusivamente. Franz le invitó a su próxima boda, a celebrar en junio, y Emil, quieras que no, le llevó a un sastre para encargarle un magnífico traje con que sustituir la deficiente ropa que llevaba.

Como si las alegrías se encadenaran llegaron para Nath cartas de los suyos en las que le felicitaban por el éxito conseguido y por su magnífica demostración de hombría y firmeza. Entre las cartas había un cheque por una cantidad apreciable, que al muchacho le pareció extraordinaria.

Muy lejos, a miles de kilómetros de los tres camaradas, también Dan formaba proyectos para el futuro, contando las semanas que faltaban para verse libre en agosto próximo.

Sin embargo, a él no le esperaban ni una boda feliz, ni un recibimiento triunfal, ni grandes conciertos. Pensaba que ningún amigo le tendería la mano cuando saliese de la cárcel. No tenía ante sí ni la menor perspectiva feliz.

No obstante, su triunfo había sido muy meritorio, aunque sólo Dios y el capellán del penal lo supieran. Porque la batalla había sido despiadada dentro de sí, entre el bien y la desesperación que conduce al mal.

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