Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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―Le aseguro, señora Bhaer, que sólo bebo vino con hierro, porque mamá dice que debo reponerme del desgaste que los estudios me ocasionan.

―No creo que lo que tú estudias te desgaste en absoluto. Lo que te desgasta es ese comer, que ya es tragar. Yo quisiera tenerte unos meses conmigo. Verías como conseguirías correr sin soplar y pasar los días sin comer seis o siete veces.

Tomó su mano, blanda y regordeta, con hoyuelos en los nudillos y sin marcársele siquiera un hueso.

―Observa esta mano. Es absurda en un hombre. Debiera darte vergüenza.

Jorge se excusó, algo avergonzado.

―En casa todos somos gordos. Es cuestión hereditaria.

―Mayor razón para estar sobre aviso. ¿Es que quieres acortar tu vida? ¿O pasarla como una bola de sebo dependiendo de los demás?

―No. Claro que no.

Jo vio tan asustado a «Relleno», que dulcificó su acento.

―Si usted me ayudara… Hágame una lista de lo que puedo y no puedo comer. Si soy capaz, me sujetaré a sus instrucciones.

―Hazlo así, y en un año serás un hombre musculoso. No un odre. No te quepa duda.

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