Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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Entonces Jo se volvió hacia Dolly, que se había divertido a costa de su inseparable compañero. Severamente le interpeló.

―¿Cómo van tus estudios de francés, Dolly?

―¿Francés? ¡Ah, bueno! Pues bien. Sí, bastante bien.

―Tengo entendido que todo el francés que aprendes es en las novelas de cierta índole que lees, o asistiendo a todas las representaciones de comedia y revista francesas.

―Verá, no acostumbro a ir. Fui una vez, y pensé que no era apropiado para un muchacho serio. En cambio, otros mayores que yo esperaban a las artistas y las llevaban a cenar con ellos.

―¿Lo hiciste tú también?

―Una sola vez. Pero volví pronto a casa. No me gustó.

Dolly estaba ruborizado. La señora Bhaer lo notó.

―Me alegra que puedas aún ruborizarte. Pero ésa es una facultad que se pierde precisamente en sitios así. El trato con esta clase de mujeres te estropeará después para alternar con otras de tu misma clase social. Tu moral, tu refinamiento, tu cultura y educación saldrán siempre malparadas con estas amistades. Sabía que no ibas muy bien, y me dolía pensar que lo hacías para presumir de hombre de mundo, casi contra tu gusto. Pero con el tiempo serías esclavo de estas aficiones que degradan.

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