Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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Dolly y Jorge estaban alicaídos por la filípica de Jo. Ella les puso una mano en el hombro.
―Os he hablado así porque os quiero, porque conozco vuestra valía y, sobre todo, porque ahora es tiempo de remediar los defectos. Estas tentaciones podéis aún dominarlas. Haciéndolo, os salvaréis vosotros y salvaréis a otros, con vuestro ejemplo. Si tenéis dificultades, acudid a mí. Sabéis que siempre os atenderé. Podéis hablarme con franqueza, porque muchas confidencias he recibido de cosas que ni aún podéis soñar.
―Comprendo cuanto nos dice ―aceptó Dolly―. Pero cuando uno se da cuenta que incluso jóvenes de buena familia son llevadas por sus padres a ver estos espectáculos, porque es moda, es difícil oponerse.
―Lo comprendo. Pero el mérito de un hombre es obrar de acuerdo con su conciencia, pese a la opinión de los demás. Incluso contra esta opinión adversa.
Jo hizo una pausa, luego prosiguió con entusiasmo:
―Cierto es que será duro resistir todas esas tentaciones que ofrecen los libros, los cuadros, los bailes, los espectáculos e incluso las propias calles. Pero si os lo proponéis, no será difícil. ¿Sabéis qué contestó John a mi hermana Meg, cuando ella se preocupaba porque como periodista debía volver tarde a casa, expuesto a mil tentaciones? ¿Lo sabéis?