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Así, entre bromas y veras, cosiendo y aprendiendo las lecciones sobre la vida iban penetrando en aquellas mujercitas, que estaban destinadas a crear nuevos hogares o mejorar el nivel cultural de las mujeres de otras épocas, gracias a la labor de una abnegada familia.
No era raro ver a la muchacha más despierta de la clase, o a la que mejores notas conseguía en latín, esforzándose en coser un sencillo delantal, mientras otras, menos inteligentes en los estudios, la ayudaban a corregir los defectos.
Aquella tarde, Jo les dio una inesperada noticia.
―Hoy tendremos una visita. Recibiremos a lady Ambercombrie.
―¡Oh, señora Bhaer! ¿Por qué no nos avisó antes? ¿Cómo vamos a recibir a una lady con estos vestidos de diario?
―No conocéis a esa señora. Lady Arbercombrie y su esposo dedican su vida al bien de sus semejantes. El señor está estudiando en nuestro país los sistemas penitenciarios, y ella los métodos de enseñanza. Son sencillos en todo, afables en el trato y humildes. Ellos están más a gusto en reuniones así que en las de alta sociedad, donde el esplendor y el lujo a duras penas tapan la hipocresía.