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Se inició la fiesta. Hubo las consabidas poesías, en las que más brillaban los buenos deseos que la auténtica calidad poética. Todo el mundo se sentía feliz y contento.

Alicia Heath consiguió un clamoroso éxito con su breve y sentido parlamento, cordial y humano. Por la sinceridad de su contenido y por la forma como supo decirlo llegó al corazón de todos los oyentes. Los aplausos fueron unánimes.

También habló el profesor Bhaer. Cada año lo hacía y representaba un placer para él dirigirse a aquellos amados discípulos para darles un paternal consejo. También al público le gustaba oírle.

Un plato fuerte lo constituyó el himno de la escuela. Eran tantas y tan potentes las voces que lo cantaron, era tal el entusiasmo, que fue un milagro que los techos y paredes resistieran aquella atronadora y no muy afinada melodía.

Luego, ya oscurecido, se hizo una pausa antes de empezar la fiesta nocturna, pausa que los escolares aprovecharon para pasear por Plumfield en animados corros.

Pronto todos los grupos se constituyeron en uno solo, en torno de un coche que por las trazas acababa de realizar un largo viaje.

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