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Jo, alma de todas las celebraciones, iba atareada como siempre corrigiendo fallos y mejorando todo lo que podía.

Por esta causa descuidó un poco la vigilancia de Teddy. «El león» aprovechó este momento para arreglarse lo más elegante que pudo.

Cuando al fin su madre le vio se mostró inflexible.

―Por favor, Teddy. ¿De dónde has sacado este sombrero de copa? Anda, anda, ve a casa y cámbialo por otro más adecuado. Por lo visto deseas que las burlas de nuestros paisanos nos obliguen a marchar corriendo de aquí.

Eso de las burlas era un motivo suficiente para convencer a Teddy. Marchó a casa y cambió el sombrero por otro de paja. Se consoló colocándose un cuello duro, tan alto y rígido, que se vio obligado a andar como si tuviera tortícolis o mirase a los demás con aire de superioridad.

Se atrevió a más. Incluso se colocó un bigotillo postizo de los usados en representaciones teatrales. Cuando se cruzaba con su madre se llevaba mano a la cara disimuladamente para ocultarlo. Sin embargo, al final fue descubierto y, muy a pesar suyo, tuvo que dejarlo.

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