Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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―Siempre recordaré aquellos días. Recordaré también el comportamiento valeroso y sereno de dos mujeres, una de ellas casi una niña, en momentos en que incluso muchos hombres flaquearon.
María contestó:
―Es posible que haya mujeres de conducta valerosa, pero hay hombres capaces de tanta ternura y espíritu de sacrificio como ellas. Yo sé de uno que renunció a su ración en favor de dos mujeres, aunque estaba desfallecido de hambre; que durante horas y horas sostuvo con sus brazos a un herido enfebrecido; que gobernó con firmeza y acierto, ayudó con delicadeza y sacrificio. Que nos salvó.
Una salva de aplausos coronó aquellas palabras dichas con todo el amor y admiración que María sentía por su esposo Emil.
El marino tosió para disimular su turbación. Quiso quitarle importancia a la cosa, con la humildad que sólo poseen los auténticos héroes.
―No hice más que lo que debía. Era mi deber. Además, si aquel martirio hubiese continuado, es muy posible que entre todos el más malvado hubiera sido yo. Aquellos dos marinos enloquecieron ante el peligro y no reaccionaron a tiempo. ¡Pobres hombres!