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Esta exclamación la dijo casi en voz alta. Una señora que estaba a su lado detuvo a John, que se lanzaba impetuosamente en busca de Alicia, para preguntarle algo.

El muchacho contestó de forma tan incoherente, tan fuera de lugar, que la buena mujer quedó desconsolada.

―Es una auténtica vergüenza que los jóvenes de hoy día beban como nunca lo hicieron sus padres. Incluso este chico que parece excelente.

Aquella interrupción había dado ocasión a que Daisy y «Relleno» mosconeasen ya alrededor de Alicia. John hubo de contener el impulso de la sangre, aunque no respondía de él si aquellos inoportunos no se marchaban pronto.

Se alejaron al fin, porque Alicia se esforzó en no hacerles demasiado grata su compañía. Cuando quedó sola, John se acercó.

―Alicia, Alicia…

Ella le miró dulcemente con emoción contenida.

―¿Cómo podré pagarte en toda mi vida, Alicia? Es la felicidad lo que me concedes. ¿Qué podré hacer yo para compensarte?

―¡Por Dios, John, aquí no! Y no hables nunca de pagar. Soy yo la que no te merezco.

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