Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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No quiso escuchar más. La forma como hablaban de ella la decidió. En su corazón podían muy bien tener cabida el amor y el deber y, ante todo, debía una franca explicación a John, mucho más extensa de lo que las rosas podían expresar.
Con mano firme prendió las tres rosas sobre su corazón, como mensaje elocuente para quien había de interpretarlo.
Cuando Alicia bajó a reunirse con los invitados, John estaba ausente muy a pesar suyo. Por pura y molesta obligación estaba ayudando al abuelo a atender a unos señores, que alargaban más de la cuenta sus discusiones filosóficas.
Pudo al fin desprenderse de tan intempestiva presencia, y corrió al salón. Solamente pensando en facultades extrañas que tienen los enamorados se comprende que John descubriese inmediatamente a Alicia, que esperaba en un rincón, turbada por la emoción y la esperanza.
Con todo el salón por delante, John miró ávidamente. Sí, llevaba una rosa. ¿Cuál de ellas? Pero no, no era una; eran dos. ¿O acaso las tres?
―Lleva las tres. ¡Las tres!