Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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―¿Una novia o una flor? ―bromeó él.
―Podrías tener las dos. La novia te la buscas tú. La flor te la daré yo.
John no respondió. Sin darse cuenta se le escapó un suspiro que su hermana notó. La animosa muchacha decidió ayudarle.
―¿Por qué no te decides? ¿No ves lo feliz que puede ser la gente? Si tienes alguna intención, ponla en práctica. Porque «ella» tardará poco en marchar, y para no volver.
John se mordió los labios para contenerse. Con expresión indiferente preguntó:
―¿A quién te refieres?
―¿A quién va ser? A Alicia, naturalmente. Te quiero de veras y deseo ayudarte. Sigue mi consejo y habla con Alicia antes de que se marche.
―Bien, marisabidilla. ¿Puedes decirme también de qué forma debo hablarle?
―Hay varios procedimientos. En teatro, los enamorados se declaran de rodillas, pero es incómodo y ridículo. Otros escriben versos, cosa que ya debes haber intentado. No sé. La forma es más bien cosa tuya.
―Te hablaré con franqueza. Estoy enamorado de Alicia. Tú lo has notado y casi todo el mundo; incluso ella, seguramente, lo ha notado también. Pero cuando voy a hablarle… no sé…, tal vez el miedo a que me diga que no…, el caso es que no puedo.